Metáforas del silencio, que plantea el impacto que tuvo en su obra la famosa pintura de Lavinia Fontana conservada en el Escorial; De lo corpóreo a lo monumental: Pintura versus Escultura, que analiza su interacción con la escultura y los pintores de imaginería; Las adoraciones de pastores como pretexto para lo real, que se centra en sus escenas de Adoraciones como pretexto para el estudio del natural; Imagen sagrada y devoción, que explica su obra contextualizándola con la poesía, la música y la teoría del paisaje nacida de la contemplación de las estampas del holandés Abraham Bloemaert; y Retóricas narrativas, que encuadra la producción artística de Antonio del Castillo en el ámbito de sus contemporáneos y de algunos maestros.
Además de algunas de las obras más emblemáticas de Antonio del Castillo como el San Rafael del Ayuntamiento de Córdoba o el San Juan Bautista del Museo del Prado, la exposición ofrece la posibilidad de contemplar obras de autores como Angelino Medoro, Antonio Mohedano de la Gutierra, Francisco de Herrara, el Viejo, Juan Luis Zambrano, José de Sarabia, Valdés Leal, Sebastián Martínez, José de Ribera, Pedro Freile de Guevara y Juan de Espinosa.
Los curadores de esta exposición son: Benito Navarrete, autor de unas de las investigaciones más completas del pintor y Fuensanta García, que ha dedicado tres décadas al Museo de Bellas Artes. José María Palencia Cerezo, Director de Bellas Artes de Córdoba fue quien amablemente nos dio un recorrido por la sala de exposiciones donde apreciamos decenas de cuadros. Nos indica que con esta exposición se intentan definir a un artista como heredero de una tradición pictórica cultural o identitaria lo cual no ha sido tarea fácil; tampoco lo es estudiarlo dentro de una órbita nacional, en nuestro caso la hispánica, ni circunscribir lo tan solo a un ámbito local.
En la sala vemos la obra del Castillo y otros autores que se relacionan. Cada obra nos roba la atención, cada detalle es para verse por varios minutos. Sus expresiones, su color y sus trazos son finos se pierden y nos deja ante personajes que nos miran y fijamente.
“Es precisamente en esta senda, la del naturalismo en la que el pintor está integrado por derecho propio, formando parte de esa tradición de artista español que capta lo que rodea a una personalidad evidente, como un representante más de esa corriente Europea o de ese concepto de pintura española es tan difícil de definir estudiado por Javier Portús. Sin embargo , ha sido la historiografía localista la que siempre ha visto a Castillo como un pintor local lo que desde Palomino le ha causado una evidente perjuicio al no ser contextualizada su obra dentro de la corriente Europea y empequeñeciendo su huella en lugar de agrandarla. Y aquí es donde el estudio de las fuentes grabadas y del proceso creativo de Castillo ayudado a situarlo en el lugar que realmente le corresponde como un pintor que maneja con peripecia las fuentes flamencas particularmente las composiciones de Abraham Bloemaert, siendo este recurso el que le valió abrirse un hueco en el conjunto de los artistas de su tiempo por su capacidad narrativa aunque su primer biógrafo Antonio Palomino lo circunscribía al ámbito cordobés ya señalaba dos de sus principales capacidades que lo harían especialmente singular en el panorama español como un pintor de historias y como prolífico dibujante”.