JUDAS PRIEST: OFRECE ESPECTACULAR COMUNIÓN EN MÉXICO

JUDASPRIEST

Judas Priest, la banda elemental para comprender en concepto y esencia al heavy metal, se presentó en la ciudad de México y esto es un evento que permite diferentes lecturas.

Hagamos la primera perspectiva desde los ojos (y oídos) del público de las nuevas generaciones o simplemente el que tiene un acercamiento por vez primera. Para ellos presenciar a Judas Priest en concierto es un bautizo de fuego, sumergiéndose en riffs de contundencia, solos de guitarra que cortan el aliento, una base rítmica sencilla pero con la solidez para sostener a un género musical que llegó para quedarse (hace más de cuatro décadas) y la voz más emblemática, poderosa y característica que el género ha tenido como portavoz.

La noche del pasado viernes en el escenario del Palacio de los Deportes, esta institución musical oriunda de Birmingham, Inglaterra, condujo la homilía decibélica con tres de sus elementos primigenios al frente: Rob Halford, el auténtico sacerdote de capacidad vocal inaudita; Ian Hill, el más minimalista bajista en la historia del Rock (como siempre sin moverse un sólo centímetro de su posición) y Glenn Tipton, el legendario co-responsable de los rasgueos de guitarra que construyeron la propuesta musical de la banda y que eventualmente definieron a todo un estilo. En la batería estaba (como es costumbre), el sorprendente Scott Travis, ese vitalicio cambio de motor que sin lugar a dudas revitalizó a Judas Priest hacia la mitad de su existencia y en la otra guitarra se derrochó sangre aún más nueva desde las venas de Richie Faulkner, el joven de 35 años de edad, quien se encuentra haciendo realidad el sueño de cualquier heavy metalero del mundo.

Esta fue la alineación con la que la banda se despidió (supuestamente) de las giras mundiales hace cuatro años y es la misma con la que ahora regresan, una vez que corroboraron que el metal no pudo ser sustraído de la sangre que corre por sus venas, para permitirles una vida apacible retirados en alguna villa de descanso.

Con su polémica más reciente producción Redeemer of Souls bajo el brazo, el viejo sacerdote dio cuenta de su poderío con una producción escénica por demás elemental, aunque eso sí, muy eficiente. Quizá con una mirada al pasado setentero, Judas Priest optó por hacer a un lado los recursos escenográficos y derrochar su reconocida capacidad interpretativa.

Iniciaron el concierto con “Dragonaut”, de su mencionada reciente grabación y de inmediato se lanzaron al cuello con “Metal Gods”, uno de sus himnos y así continuar el ataque con “Devil´s Child”, una joyita que por primera vez interpretarían en México. Parecía que la interpretación de “Victim of Changes” (una de las máximas obras metálicas) hubiera llegado muy temprano a la comunión, pero cuando la discografía de una banda es tan basta, se pierde la necesidad de guardar ases bajo la manga. “Halls of Valhalla”, “March of the Damned” y “Redeemer of Souls” terminaron de repasar el disco con el que la banda acoge a las nuevas generaciones.

Aquí precisamente cabe la segunda lectura, una desde los ojos de la llamada (en ocasiones bastante pedante) vieja guardia. Ese sector del público que conoce y sigue a la banda desde el principio de los tiempos o al menos algunos años después. Esa generación marcada por la prohibición de los conciertos y el rock en general, sobre todo en nuestro país. La que pagó un precio alto durante esos años para tener acceso a los conciertos de este género, lo cual sin duda se convirtió en catalizador al momento de disfrutar y abordar el rock. Es este sector el que suele descalificar la decisión de los artistas por interpretar las canciones que más son celebradas por la mayoría, haciendo a un lado las favoritas de los “viejaguarderos”. Sin embargo, quién puede argumentar negativamente por tener la oportunidad de volver a escuchar en vivo la interpretación de monstruos musicales como “Love Bites” (otra nueva en territorio mexicano), “Turbo Lover” (con los argumentos por su elección de usar guitarras sintetizadas olvidados), “Beyond the Realms of Death” (con un Glenn Tipton sublimado en el solo de guitarra), “Jawbreaker”, también por primera vez interpretada en México por la banda, pues sólo lo había hecho Halford como solista, “Breaking the Law” o “Hell Bent for Leather”?.

Presenciar un encore con “The Hellion”, “Electric Eye”, “You´ve Got Another Thing Commin´”, “Painkiller” y “Living After Midnight” debe ser considerado un privilegio que la vida nos está otorgando, para dar fe de ello a las futuras generaciones que ya no lo vivirán.

Las limitantes que el tiempo ha interpuesto a la capacidad vocal de Rob Halford, en esta ocasión fueron bien manejadas con la tecnología de la mano y el imponente respaldo musical que le proporciona la banda, algo sencillamente excepcional.

La banda que forjó con decibeles y velocidad al heavy metal. La misma que creó sus universos de acción con mitología y ciencia ficción y la que hasta con mezclilla, cuero, cadenas y estoperoles un uniforme también le dio. Esa es la institución artística, a la que presenciamos en concierto y cuando la leyenda se respalda en más de cuatro décadas de exitosa vigencia, sabemos que reverenciar a Judas Priest no se trata de una simple adulación.

No se sabe si una oportunidad como ésta se repetirá, pues la banda maneja desde hace años su carrera con incertidumbre. Pero si acaso fuera la última vez que asistimos a una comunión con el gran sacerdote, de verdad los feligreses se retiraron muy satisfechos y en paz.
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